sábado, 10 de enero de 2009

LA DEGUSTADORA DE PLACERES - por Alice Carroll

Os invito a conocer los relatos de Alice Carroll.
Ya que este blog trata básicamente sobre juguetes eróticos, he elegido un relato basado en ese tema.
Espero que disfutéis de la lectura.


No he podido tener mayor suerte. He conseguido uno de los trabajos más gratificantes que hayan podido nunca existir. Mi oficio sólo tiene ventajas, y por más que intento buscar el lado negativo del mismo, no lo encuentro.

Y es que soy una degustadora de placeres. Sé que es algo inusual, que habitualmente, en las ofertas publicadas en los periódicos tal labor es inexistente, que los funcionarios de las Oficinas del paro no llaman a los desempleados para cubrir ninguna baja en dicho sector y que ni siquiera está sujeto a convenio alguno. Encontré este trabajo de forma casual y por ser una buena clienta, no buena, la mejor clienta que hubiera tenido jamás la empresa que me contrató. Se sorprendían de mi disposición, de mis continuos pedidos y de las descripciones que, en forma de agradecimiento, les enviaba por correo una vez que había degustado sus artículos. Relataba con una pulcritud y una exactitud encomiables todas y cada una de las sensaciones que sus productos desencadenaban en mi cuerpo y en mi mente, detallaba las características más sobresalientes del mismo, opinaba de forma completamente subjetiva sobre su tacto, su color, su gusto... Y lo llamo degustar y no probar, probar suena frío y degustar conlleva un placer implícito, de la misma forma que me invade un inusitado goce al saborear un bombón de chocolate en mi boca, sintiendo como se derrite dulcemente en mi paladar excitando mis papilas gustativas.

Exprimo los artículos hasta encontrar en ellos placeres infinitos, sensaciones indescriptibles. Porque yo trabajo para una tienda de productos eróticos que opera en red, juguetes para adultos, cacharros multicolores para mi egoísta goce. ¿Puede haber mejor trabajo en el mundo? Cada una de las mercancías es en sí misma un verdadero placer para mí. La misión es extremadamente gratificante, he de reconocerlo.

Cada mes, mi empresa me manda por correo un paquete que yo lo abro como si de un regalo navideño se tratara. Rasgo nerviosa el envoltorio, hinco mis uñas en el cartonaje y saco con premura su contenido. Miro extasiada todos los objetos, los cojo, les doy vueltas, contemplo maravillada cada uno de los artefactos para colocarlos posteriormente uno al lado de otro encima de mi cama, haciendo una perfecta fila castrense para decidir exactamente por cual de ellos empezaré. Tarea ardua y difícil no obstante. Todos me resultan atractivos y excitantemente apetitosos.

En más de una ocasión, no he podido resistirme y nada más abrir el paquete, he catado impaciente alguno de aquellos maravillosos placeres: vibradores de formas peculiares, realísticos, sumergibles, estimuladores del punto G, masajeadores del clítoris, bolas chinas, huevos vibradores, consoladores coloridos de cristal, dobles, anales, de silicona... He probado cientos de ellos. Podría distinguir uno de otro con los ojos cerrados, mi sexo se encarga de diferenciarlos sin ningún tipo de dificultad.


Mi oficio es sencillo y sumamente agradable. Cojo uno de los productos o placeres, como yo los llamo, lo desnudo de su envoltorio, siento su tacto entre mis dedos, palpo su textura, siento su peso en la palma de mi mano, mido su tamaño y me estremezco con su grosor.

Los vibradores son mi debilidad. Sus llamativos colores, su olor afrutado y sus divertidas pero excitantes formas y rugosidades. Las vibraciones que producen me precipitan irremediablemente a una cascada de orgasmos en un breve lapso de tiempo. Soy especialista en estos placeres y guardo en mi caja negra de terciopelo todo un ejército de ellos al servicio de mi sexo. Por supuesto que a todos los he dignificado como merecen bautizándoles con un nombre: “Manolito”, “Conejito”, “Bichito”... El diminutivo que les aplico nada tiene que ver con su aspecto y su forma real, es simplemente un cariñoso apelativo como agradecimiento por estar siempre a expensas de mi ansia de placer.

Anoto los resultados de mi análisis técnico en una pequeña hoja de papel y posteriormente paso al análisis empírico, la mejor parte del estudio. Me desnudo con ansiedad, cojo uno de mis placeres y me masturbo con él. Pruebo mil posiciones y posturas, compruebo todos sus usos y toco todos y cada uno de sus botones en el caso de que vaya a pilas. Gracias a Dios que mi empresa me suministra de baterías, no tendría presupuesto para adquirir el arsenal que gasto mensualmente.

Hoy al llegar a casa me he encontrado con una grata sorpresa: mi empresa ha adelantado su envío una semana y el cartero ha puesto en mis manos un grueso paquete. He entrado en casa acelerada, tirando descuidadamente el bolso a la cama y he destrozado el continente de lo que va a ser mi trabajo de este mes. Con estupor observo que sólo hay un objeto en la caja envuelto en plástico transparente. Rasgo el mismo y contemplo dubitativa el curioso aparato. Es un endeble rectángulo del tamaño de un cojín, más estrecho si cabe, su color es encarnado oscuro y su tacto, sorprendentemente no es siliconado sino de un material similar a la goma. Es evidente que se trata de un vibrador dado que de uno de sus extremos sale un pequeño cable que termina en un enchufe. Ese detalle lo considero un punto negativo. Me gusta la independencia en mis juegos onanistas, adoro revolcarme sin reparo encima de las sábanas y no me gusta que un cable me sujete y me fuerce a disminuir mis maniobras. El mando a distancia que lleva me gusta, es pequeño y ligero. Consta de tres botones y una pequeña rueda. Anoto cada punto examinado en mi hoja de papel.


Observo que en el extremo opuesto hay una especie de pitorro y comprendo que es necesario inflarlo antes de su uso. Acerco mis labios y soplo con fuerza hasta que el rectángulo adquiere consistencia. El fabricante del juguete ha tenido el detalle de incluir en su mercancía una discreta funda del mismo color para introducir en ella el gigantesco y extraño vibrador. Prefiero el tacto de la silicona, pero estoy abierta a nuevas sensaciones.

Enchufo el aparato y pruebo los botones, su manejo es muy simple: la pequeña rueda regula la temperatura pues al moverla, siento en mis manos una cálida sensación y los botones se encargan de modificar la intensidad vibratoria. Calor y vibración, dos puntos positivos, mas su forma de cojín me hace dudar. Me desnudo y me tumbo encima de mi juguete. Entiendo que simplemente actúa sobre el clítoris así que me recreo en él. Abro mis piernas y froto mi sexo contra él, siento su calor y me asombro de sus magníficas vibraciones. Es algo aparatoso pero consigue su objetivo que es llevarme al orgasmo y hacerme pasar un rato muy entretenido. La tela ha quedado completamente mojada tras mi explosión de placer y comienzo a quitarla para meterla en la lavadora.

En ese instante, el timbre de mi casa me saca del ensimismamiento en el que estoy imbuida. Me coloco el albornoz y abro la puerta mientras recoloco aceleradamente mis revueltos cabellos por el rato de solitaria lujuria.

Es Puri, mi vecina de enfrente.

-¡Hola hija! Quería saber si te ha dejado el cartero un paquete para mí. Me ha llamado mi cuñado y me ha dicho que ya tenía que haberme llegado la manta eléctrica que me compró. Estoy con el lumbago que no vivo y me recomendó que la usara. Me debo de estar haciendo mayor...

Miré a mi vecina e intente sonreír pero tan sólo me salió una patética mueca. Quizás unas buenas vacaciones me vendrían bien, mi trabajo había conseguido absorberme demasiado…
 
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